EL DISCURSO

Lo vi aparecer entre la gente como un auténtico Dios, nadie habría imaginado que lo conseguiría. El pueblo le aclamaba, le adoraba, ellos eran su rebaño. 

Después de una dura y ardua lucha contra el sistema, había conseguido lo imposible: gobierno y oposición unidos, la confianza recuperada totalmente, la prima de riesgo en valores anormalmente bajos, el paro disminuyendo... Todo volvía a la normalidad, la crisis pasó como una pesadilla, y era obra de su trabajo, de su esfuerzo. Todo lo malo quedaba atrás.

La plaza central de la ciudad estaba atestada, no cabía ni un alma. Nadie quería perderse aquél esperado discurso, el discurso de su Salvador, el discurso del hombre que puso fin al más profundo de los abismos conocidos. Yo sentía como la emoción me embargaba, ver a aquella persona era lo máximo, un líder para todos.

Le costó llegar al atril, todos querían tocarlo, abrazarlo, alzarlo... Pero el seguía con paso rápido y rostro anormalmente serio hacia su destino, hacia ese discurso, hacia ese atril. Al llegar tuvo que esperar al menos diez minutos para poder decir la primera frase, los cánticos, los gritos; era imposible arrancar con tanta algarabía. Pero por fin pudo empezar:

- Hemos conseguido dar fin a esta crisis: hemos terminado la primera fase.

Sus palabras no cayeron en saco roto y la gente saltó de júbilo, varios minutos más sin poder decir una sola palabra.

- Ahora, después de que las instituciones han terminado su trabajo, después de un excelente trabajo conjunto de gobierno y oposición, después de devolver la confianza a nuestro sistema financiero, de eliminar con precios realmente bajos por parte de la banca el stock de viviendas casi en su totalidad... Ahora, es cuando empieza la segunda fase. En esta segunda fase ustedes serán los protagonistas...

La muchedumbre cantaba, bailaba, reía, el alcohol empezaba a hacer estragos en parte de los espectadores.

- Queridos ciudadanos, esta horrible situación que hemos pasado no puede volver a ocurrir, y está en nuestra mano, sólo en nuestra mano, que el mundo sea más justo y equilibrado. Somos nosotros los que tenemos que hacer un mundo mejor, somos nosotros los que tenemos que consumir con responsabilidad, somos nosotros los que tenemos que evitar que nuestra forma de vida sea totalmente insostenible.

Muchos aplausos y gestos de afirmación se veían entre la gente, el escándalo era grande, algo menor, y muchos oían ya con atención.

- El sistema tiene que renacer, y tenemos que poner unos límites reales a nuestra forma de vida. No valen con las buenas intenciones, que casi nunca se cumplen. No valen con fórmulas muy espléndidas en el discurso y pobres en acción. La vanidad y la hipocresía tienen que desaparecer de nuestras vidas, y sólo hay una manera de poder hacer todo esto. Todos tenemos derechos, por supuesto, pero también obligaciones con nosotros mismos y con los demás. No podemos permitir que el mundo se derrumbe más de lo que está, donde millones de personas mueren diariamente mientras nosotros vivíamos atemorizados en las terrazas de los bares, discutiendo sobre los inadecuados valores de la prima de riesgo.

La plaza estaba muda, nadie parpadeaba, aquello se había convertido en un funeral.

- Gobierno y oposición han aunado esfuerzos en cambiar la Constitución Española. Un nuevo texto donde renace una nueva forma de ver nuestra convivencia. A todos nos va a suponer un esfuerzo, un gran esfuerzo, pero con ello contribuiremos a un mundo justo, a un estado sostenible, y no podemos esperar la buena voluntad de cada uno de nosotros.

Murmullos.

Entonces empezó a relatar una serie de medidas, una tras otra, casi sin respirar, con rostro serio, adusto, sin pestañear, con fuerza. Habló de una bajada radical de nuestro nivel de vida, habló de que todos podríamos tener trabajo o casi todos pero cobrando un 30% menos, dijo que el reciclado de materiales ya no sería opción pasando a obligación, límites en el consumo de combustibles por habitante al mes hasta alcanzar un cupo, donaciones obligatorias del 7% de cada uno de los presupuestos individuales a obras benéficas, participación obligatoria en trabajos para la comunidad con un máximo de dos horas a la semana, reducción drástica del consumo de carnes y pescado por habitante/mes potenciando una alimentación más diversa y con productos casi exclusivamente locales... 

Seguía y seguía, aquél miserable no paraba, la gente se miraba y no daba crédito, el estado del bienestar estaba siendo atacado sin piedad, la gente abandonaba por decenas la plaza, gritos, tanganas, peleas, insultos, aquello era una auténtica locura. Todos estábamos felices ya que todo parecía haber vuelto a la "normalidad", podríamos haber seguido tan bien, y aquel imbécil lo estaba arruinando todo, nuestras ilusiones, nos hacía esforzarnos cuando nosotros nunca habíamos hecho nada malo, aquello no tenía sentido.

Finalmente, con la plaza prácticamente vacía, con la policía dispersando las últimas peleas vi claramente como una señora mayor alzó la mirada con rabia y dirigiéndose a aquél fugaz héroe, gritó:

- Hijo de Putaaaaaaaaaa!!!!!!

He dicho.